miércoles, 19 de octubre de 2016

Capítulo 26: Dos cabezas.

Lanzaba la pelota hasta tal punto que prácticamente rozaba el techo. Su movimiento ya era mecánico, tumbado sobre la cama, estiraba codo y muñeca y dejaba la bola libre en el aire, alzándose sin mayor preocupación que la de caer de nuevo. Para no romper con su hábito, su cabeza era un bullicio de ideas que colapsaban en su juvenil mente. Reconocía haber actuado precipitadamente, pero también se excusaba con la tensión del momento. Una parte de él se relamía del golpe propinado. Recordaba como apretó su puño tan fuerte como era capaz, como cargó su brazo hasta el punto de sentir todos sus músculos en el límite, la cara de Andrés percatándose del inesperado golpe, de la poca sangre que salpicó y moteó sus nudillos. Todos le miraron sorprendidos, y era obvio, todos conocían esa faceta tan pacífica de Damián que le caracterizaba. Lo siguiente que recordaba fue ver a su hermana llevándose las manos a la cara al enterarse, los reproches de Andrea sobre su oído y la mirada acusadora de Castillo.
Se había dado cuenta de que no fue el acto más apropiado, sobre todo cuando Ramón estaba tendido en el suelo, gritando del dolor por aquel hombro fuera de su posición natural.
Dejó de lanzar la pelota. Recordó como alguien gritó que si no fuera por la urgencia del momento todos se hubiesen lanzado contra él. Apretó los dientes con rabia. Que fueran, sabía que podría actuar otra vez de la misma forma. Jamás se le olvidaría esa sensación tan animal que recorrió su espina dorsal al contemplar a Andrés mirándole desde el suelo. Comenzó a imaginarse que pasaría si le anduvieran buscando para vengarse. Escenificó como golpearía al primero igual de fuerte de como lo hizo con Andrés y correría hasta que fueran de uno en uno, dándose la vuelta solo para noquear a otro más. La inexperiencia dominaba su cerebro, centrado en dejar su macilenta anatomía intacta de los enfadados jóvenes que imaginaba que le perseguían.
El timbre le despertó de sus ensoñaciones. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo. ¿No serían capaces de ir a buscarle a su propia casa? Estaba solo, podían haberlo sabido de alguna forma. Volvió a sonar el timbre impaciente. ¿Debía contestar? Inseguro, se levantó de la cómoda cama, dirigiéndose hasta el telefónillo con paso temeroso. Descolgó el auricular y permaneció unos segundos en silencio, tratando de oír al grupo que podría haber ido a su encuentro.

 -¿Quién es?-alcanzó a decir.

-Soy yo, Dami, ¿puedo subir a verte?

La voz de Elena le devolvió la sangre a su empalidecido rostro, Calculó mentalmente cuanto iban a tardar en volver cada integrante de la familia. Tardaría al menos una hora y media su madre ocupada en unos recados con su abuela, su hermana, la cual no le dirigía la palabra, había quedado con unas amigas y su padre andaba trabajando.

-Sube.

Apretó el botón que abría la puerta del portal y descorrió el cerrojo de su casa. No recordaba haber quedado con ella, así que le pillo todo por sorpresa. Corrió a su habitación a ponerse una camiseta y guardar un poco de orden en su caótico hábitat de adolescente salvaje. Escuchó entrar a Elena entrar en su casa y dirigirse hacia su habitación. Dentro de lo que cabía era un lugar respetable, sin tener muchas cosas fueras de lugar y sin estar hasta el extremo personalizado.

-¿Se puede?- dijo mirándole desde el marco de la puerta.

Sus ojos relucían con esa inocencia tan propia de la muchacha, transmitiendo calma con el bello azul de sus iris. Se acercó hasta Damián y le regaló un beso en los labios.

-¿Y está sorpresa?

Elena le miró con una expresión serena y una leve sonrisa. Volvió a besarle con suavidad.

-Quería saber como estabas tras lo que ha pasado.

Damián se congeló. En ningún momento tuvo en cuenta a Elena en todo ese asunto. ¿Y si se encontraban cuando estaba con ella dando un paseo? La rabia y la impotencia se adueño de todos sus pensamientos. Debería haber previsto esa posibilidad, no podía pasarla nada malo. Su expresión comenzó a reflejar todas las emociones que se agolpaban en su pecho. Elena lo miró preocupada, acariciando con suavidad su cara. Aquella mano lo devolvió a la realidad.

-Tranquilo. No pasa nada.

No comprendía como lo hacía pero siempre lograba acallar a sus demonios. Siempre existirá una persona en nuestras vidas capaz de ver el estado de nuestro espíritu y calmarlo con delicadas palabras.
En la siguiente media hora, Damián le contó todo lo que pasó a Elena y sus preocupaciones. No solo había golpeado a Andrés, se ganó la enemistad de unos chavales que resultaban ser bastante amigables, pero lo doloroso de todo era el enfado de Castillo y Silvia, sintiendo en lo más profundo de su corazón que les decepcionó.

-¿Les has pedido perdón?

-Ni tan siquiera me escuchan.

-Entonces déjalo por escrito.

Esa era una de las pocas facetas que odiaba de Elena. Todo tenía fácil solución bajo su punto de vista, y más cuando hablaba de problemas que no conocía.

-A ver, se que la he liado. Es normal que esos chavales quieran partirme la cara, incluso lo más normal que veo es que Andrés lo haga, está en su derecho. Lo que me cabrea es que por más que lo intento esos dos cabezones se centran solo en culparme a mi sin tan si quiera escucharme.

Elena se mordía los labios mientras le escuchaba. Por como le miraba parecía comprender ambas posturas.

-Dilo ya, anda, que lo estás deseando.

-A ver...-dijo dubitativa.-Es verdad que ellos ya te avisaron que no hicieras nada por el estilo. Además que ellos se esperaban solo malos comentarios, no un hostión en la cara.

-¡Me puse nervioso a ver a Ramón tirado en el suelo!-gritó.

Se echó hacia atrás, sorprendida por la respuesta de Damián, algo intimidada por su inesperada reacción. Últimamente reaccionaba súbitamente ante sus problemas, y si, se le culpaba un poco por no saber reaccionar adecuadamente. Nadie comprendía que nunca fue envuelto en situaciones como las que estaban viviendo recientemente. Nunca tuvo problemas con sus amigos, ni con chicas, tampoco vio que su hermana tuviera intereses en el otro género. Nadie parecía entender que estaba sufriendo la vida que nunca tuvo cuando apenas le quedaba tiempo para disfrutarla. Era todo impotencia. Miró la cara sorprendida de Elena y se percató de todo ello. Sonrió.

-Creo que tengo una idea.


jueves, 28 de enero de 2016

Capítulo 25: Golpe de mala suerte.

Enfrentaba aquel dilema con rabia, trantándolo como una ofensa que atacaba a su consciencia, cercenando cada pensamiento que supusiese defender a aquella persona que trataba de disfrutar de la compañía de su hermana. Caminaba sin rumbo con acelerado paso, como ya era costumbre, acompañado por Andrea, fatigada ya de tanto seguirle el ritmo. Su intención era conocer cada una de las posibles intenciones que podía tratar de llevar a cabo su nuevo archienemigo. Miraba a todos los lados, nervioso, vigilando cualquier posible imprevisto que pudiese acontecer, pareciendo un paranoico temeroso dejado de la cordura que posee cualquier ser humano. Sabía que lo encontraría en aquel campo de fútbol donde solían colarse a jugar con el balón un partido donde decidían cual de los dos improvisados equipos pagarían las cervezas de después.

-¿No crees que será muy cantoso que aparezcamos de la nada como el que no quiere la cosa?- preguntó Andrea al lograr colarcarse a su lado.

Damián la miró. Su respiración entrecortada y su jadeo le hizo cosciente de la velocidad con la cual caracterizaba su paso. Frenó un poco para aliviar el esfuerzo de su amiga. Analizó la frase de su amiga y río de una forma socarranona.

-Ya contaba con una idea para poder disimular.

Andrea arqueó la ceja. Conocía a Damián lo suficiente como para saber que sus ideas eran disparatadas, extrañas para cualquiera, y que no solían conceder resultados factibles. La sonrisa de su amigo le influía una rara intuición de que algo iba a suponer un problema, una corazonada que se acrecentaba según se acercaban a aquel campo. Una sensación la hacían ver diferente a Damián. Comenzó a fijarse en las ropas que este vestía y obtuvo la respueta. Nunca, jamás en toda su vida, había visto a su trastornado amigo portar con una camiseta de fútbol. El número siete en su espalda sobre el blanco fondo deducía el nombre que coronaba la espalda de la prenda. No pudo evitar sentirse confusa.Conocía a Damián, sabía de su horror por cualquier actividad que supusiese sudar, y más si un balón estaba implicado. Estaba harta de esa definición suya del fútbol como un circo para distraer las miradas de las masas de allá donde deberían mirar, de sus críticas de su bufanda del atleti, de sus numerosas burlas hacia aquellos muchachos que se trataban de excusarse por no haber estudiado pero se conocían al dedillo la clasificatoria de la liga.
Miró entonces sus zapatillas. El logo de una conocida marca deportiva cubría la mitad del calzado, la otra mitad estaba decorada por un verde forforito, el cual se le antojo similar al de un chaleco de emergencias. Los tacos asomaban un poco a cada paso que daba. Sus andares denotaban que se encontraba incómodo paseando con ellas, forzando su gesto a uno menos habitual en su rutina. No pudo reprimir el preguntar.

-Me acabo de dar cuenta. ¿Porqué cojones vas con ropa de fútbol?

Damián seguía andando, dando la sensación de que creía caminar solo. No pudo evitar no contenerse y mirar su vestimenta.

-Me lo ha dejado todo Ramón.

La respuesta quedó en el aire, resultando poco esclarecedora para Andrea, incapaz de reprimir un tono agresivo en sus palabras.

-La cuestión es porque, pedazo de tonto.

Él seguía mirando la ropa, incómodo por alguna razón. Estiró la camiseta para mirar el escudo que decoraba aquel pecho sin intentar siquiera contener una expresión de desagrado por lo que Andrea consideró que era verse rebajado a vestir con aquello que siempre criticó.

-Resulta que el inútil de Castillo aveces sirve de algo. Por lo visto conoce a uno de los amigos de ese capullo, un vecino que parece ser íntimo suyo. Le preguntó si podiamos unirnos algún día de estos a uno de esos partidos que suelen echar para pasar el rato. Vino practicamente corriendo para contármelo. Se cree que si conozco al chaval dejaré de tenerle asco. Accedí por que solo quiero sacar sus trapos sucios.

La mirada de su amiga expresaba todo sus pensamientos. Su amigo pareía obsesionarse con un tema que parecía distraerle de ese camino de felicidad que buscaba para ese poco tiempo que le quedaba. Así no iba a disfrutar nada, solo iba a envenenar su alma con un odio que solo conllevaría reprimendas. Pero debía percatarse por si solo, sino no aprendería nunca la lección.

Llevaban media hora jugando. Había muchas bromas respecto a los hermanos Terry en sus vanos intentos en hacer la famosa Catapulta Infernal, sobre todo con la sátira con la que dotaban a sus movimientos, exagerados en cada paso que daban. Castillo llamaba la atención por sus arranques con el balón, resultando imparable por el equipo contrario, llegando como mínimo hasta el area contraria donde chutaba con todas las fuerzas que sus largas piernas eran capaces de concederle. Damián trataba de defenderse. Nunca se le había dado bien ningún deporte, pero al menos era capaz de pasar el balón y correr situándose en lugares adecuados para su posición, por lo que no destacó por la torpeza que le caracterizaba. Mientras tanto, en el otro equipo, Andrés corría de un lado a otro, recordando a un animal salvaje, luchando cada balón como si se tratase de un partido convocado dentro de una gran competencia, deslizándose por aquel césped artificial igual que un rayo, dejando tras de si solo una intensa corriente de aire fresca. El resto de sus amigos rondaban la mayoría de la edad. Entre ellos destacaba uno con un gran sentido del humor que no paraba de hacer estupideces para hacer reír a todos. Se movía a lo largo del campo andando mientras un cigarro se consumía en su boca, pateando el balón cada vez que llegaba a sus pies.

-¿Pa´ que voy a correr? Si es de cobardes.- no paraba de repetir.

Damián no era capaz de reprimir una carcajada cada vez que aquel muchacho hablaba. Tenía una gracia natural en aquel paso despreocupado, dirigiéndose en ocasiones a las chicas que se encontraban fuera del campo para preguntar cualquier disparate.

-Chicas, ¿habéis visto mi paquete?
-Lo tenías en la mochila, que te lo guardé yo tras cogerte un piti.
-No me has entendido.

La víctima de su broma abría los ojos en señal de sorpresa mientras que una sonrisa perfilaba su rostro. Con cada broma de mal gusto que hacía le golpeaban en el hombro mientras se carcajeaba. Era imposible que aquel muchacho causara desagrado en nadie.

El partido continuaba. Era un cuatro contra cuatro y los goles ya se habían perdido en el conteo. Fue entonces cuando, el chistoso del equipo de Andrés, encendió un cigarro entre toses.

-Es el último del paquete. Yo sin gasolina no me muevo, ya me entendeis, chavales.

Todos se miraron sonriendo. El sudor duchaba los rostros de cada uno de los jóvenes futboleros, goteando por sus barbillas para estrellarse contra el suelo.

-¿El último gol da la victoria?- sugirió Castillo.

Todos asintieron, cansados ya de correr por aquel maltratado campo. Reanudaron el juego y Ramón corría con el balón, desenfrenado, directo a la portería contraria. En un suspiro se encontraba en el area contraria, cuando cayó al suelo rodando. Una mala entrada de Andrés le había hecho tropezar y caer de mala maneras, impactando su hombro contra el césped en una posición anormal. El grito de dolor de su amigo congeló la escena. Ramón se revolvía por el suelo, su rostro compunjido reflejaba el dolor. Parecía haberse sacado el hombro.

-Yo...no era mi intención... Lo siento.- Balbuceó Andrés.

Entre varios levantaron al convaleciente que no paraba de jadear. Damián estaba quieto, escuchando a su corazón tranquilo latiendo sordamente. Pasaron por su lado y no fue capaz ni de pestañear. Su cabeza era un hervidero. Un toque en su espalda le devolvió a la realidad de donde se había fugado. Vió a las chicas correr hacia Ramón y a Andrés hablándole.

-Vamos a llevarle a urgencias. Muevete tío.

Era su culpa. Primero trataba de aprovecharse de Silvia, y ahora, fingiendo un accidente, había aprovechado para golpear a su amigo, con tal resultado que se había lesionado el hombro. La sangre subió a su cabeza a velocidad de vértigo, su puño apretado trataba de reprimir sus más primarios instintos. Pero fue inutil. Lo siguiente que recordaba era su golpe impactando contra la mejilla de Andrés y los gritos de las chicas al verlo.

martes, 15 de diciembre de 2015

Diario de Damián: Rabia.

Me resultaba increíble que por aquel entonces aun fuera capaz de sentirme tan incomprendido como para no entenderme ni a mi mismo. Solo tenía dos problemas, dos quebraderos de cabeza que pesaban toneladas sobre mi conciencia adolescente.
El hecho de que Fofo no se dignase a hablarme por no ser capaz de no llevar a cabo sus fantasías me resultaba estúpido. Estaba claro que no iba a ser yo la persona que volviese realidad cada una de sus idioteces, esos sueños imposibles de los que no quería despertar.
Considero un hecho que una persona antes de culparse a si mismo,  se enfadará hasta con su sombra, viéndola como la causante de su desgracia. Así somos, unos altruístas que quieren compartir todos los triunfos, unos egoístas que deciden callar sus fracasos. Vivimos en una sociedad, que por mucho tiempo que pase, permanecerá siendo lactante, llorando por antojos, para llamar la atención, ignorando a cualquiera que no sea el que se refleja frente a nosotros mismos.
Podía pedir perdón, pero, no serviría de nada. No es cuestión solo de orgullo, es de lógica. Le pediría perdón por algo que volveré a hacer, pues no se que es aquello que le molesta, un algo que es incapaz de decirme en que consiste, salvo comportarse como un inmaduro emocional.
Y si el caso de Fofo ya pesaba sobre mi espíritu juvenil, se le sumaba el caso de Andrés, aquel chico que rondaba tras mi hermana, sacándola bastante edad.
Estaba seguro que andaba tras ella solo para aprovecharse de su desconocimiento, de su oído poco hecho a las palabras bonitas, del cuerpo maduro que aun guardaba a una niña en desarrollo. Es mi labor como hermano mayor protegerla.
Como hombre conozco nuestra forma de ser, enamoradizos ante una mujer de aspecto fragil a la vez que bella, un cuerpo similar a un circuito, lleno de curvas donde poder descarrillar nuestras miradas aceleradas, ese aspecto entremezclado de niña inocente esculpida en el rostro y un cuerpo sumado a una acción de mujer madura.
Sabía lo que era, lo experimentaba a diario, Elena ocupaba mi mirada, y algun furtivo vistazo por una anónima mujer que causaba mi estupor, al quedar su imagen en mi cerebro adolescente y hormonado. Sabía que era querer que sus manos fuesen como faros que guiasen a las mias, el agarre que tirara de mi nuca para acercarme hacia ella, la tierna expresión que nos estremece, agitando cada fibra de nuestro cuerpo, haciendo celebrar al alma que aun es joven hasta el punto de querer intercambiarse para poder recibir un simple beso. Conocía de sobra que era querer hacer de un pecho mi almohada, de su vientre un pozo, donde sacar el agua que saciase mi sed, y de sus piernas, el carril que nos dirige hasta el Edén. Querer poseer a alguien, aunque esa sensación solo suele durar un instante. Un breve parpadeo, hasta que el cuerpo sensible se siente saciado.
No haría Andrés de mi hermana un juguete que complaciese esa fuerte necesidad física. Silvia estaba siendo engañada por las palabras que ella quería oir. Estaba seguro de ello. No dejaría que la hiciese sufrir por el antojo pasional de su entrepierna. Podría hacerlo con cualquiera, pero no con mi hermana.
Tal vez resulte un tanto machista esto que plasmo en este diario, pero el hecho de ser hombre me hace saber como somos, y se que a lo mejor coharto su libertad a equivocarse, pero hay fallos que hacen más daño que de maestras, pues existen personas incapaces de aprender la lección, de ahí que las piedras sean guijarros erosionados de tantos tropiezos.
Sabe el cielo que aveces el amor se manifiesta de formas extrañas, de ahí que inspire los más raros de los artes. Mi amor es por mi hermana, en estos días la dedico parte de mi única obra: Mi vida.

martes, 29 de septiembre de 2015

Capítulo 24: Dos pájaros y ninguna bala.

La casa se encontraba desierta, ningún sonido llegaba a oídos de Damián, que permanecía tumbado cuál largo era sobre su cama. Solía pasar así la mayor parte del tiempo que se encontraba en su casa, concentrado en las historias que su estimulada imaginación le brindaba. Pero en aquella tarde, lo único en lo que podía pensar era en sus dos cuentas pendientes con la felicidad. Por un lado estaba su amigo Fofo. Había pasado una semana tras aquella disputa acalorada y su amigo solo hacía acto de presencia en su vida dentro del aula.
Por otro lado, Andrés no salía de su cabeza. Se le imaginaba pasando el tiempo con su hermana, regalando palabras bonitas para conseguir de ella los placeres que solo un cuerpo de mujer es capaz de proporcionar, para luego, más tarde, reírse mientras le relataba todo aquello que había hecho con Silvia a sus amigos. Solo pensarlo le ponía furioso.
No sabía que hacer en ninguno de los casos, y a cual debía priorizar en su mente: uno de sus mejores amigos al que sentía como un hermano, o su hermana, a la cual empezaba a ver en ella una posible amiga en la que apoyarse.
Pasó así cerca de una hora, dando vueltas a ambos asuntos, pero no conseguía resultados. Tal vez necesitase ayuda. Deslizó la mano hasta su bolsillo y extrajo su móvil. Tal vez era la hora de que sus dos ángeles se prestasen a algo más que a llevar mensajes.
En media hora Andrea había llegado a su casa, así que hicieron tiempo a la llegada de Castillo. Una vez estuvieron los dos, los llevó a su habitación, acompañado también por una botella de refresco y un par de vasos, por si la sed hiciese acto de presencia tras el uso de la lengua en el arte de la oratoria.
Le llevó un rato a Damián explicar sus dudas, esas cuestiones que le presionaban sin cesar en su agarre.
- ¿Has pensado que a lo mejor le gusta Silvia de verdad?- dijo Andrea. - Y respecto a Fofo, una disculpa no estaría de más.
Damián negó con la cabeza al escuchar ambas sugerencias. Lo primero le parecía improbable, lo segundo estúpido, no consideraba que él tuviese algo de culpa.
- Yo a Fofo le invitaba a una guarrilla y fuera.- bromeó Castillo.
La cara de Andrea le hizo deducir que no eran las compañías para ese tipo de comentarios así que trató de compensarlo.
-A ver, Dami, tío, yo que tú, en lo de Silvia, trataría de informarme un poco antes de lanzarte a acusarle de asaltacunas. A lo mejor es un buen tío.
Esa propuesta sonó en oídos de Damián como un zumbido de mosca. Parecía no estar dispuesto a ceder.
- Y de Fofo.- añadió Castillo.- Hablaría con él ya. He escuchado que por no venirse con nosotros se va con unos que tienen poco de buena influencia. Lo único bueno que pueden tener es la yerba por comentarios de ciertos amigos míos.
Damián se mordió el labio. Tal vez si debiese cerciorarse primero de que tipo de persona era Andrés antes de cometer alguna locura, y Fofo, era su amigo, una falsa disculpa no sería nada con tal de volver a estar como antes de la disputa.
- Vale, supongamos que quiero saber de Andrés. ¿A quién pregunto?
-¿Estás de coña? Ahora con Instagram y Twitter sabes donde ha estado los últimos tres años, quienes son sus colegas y hasta como va al baño.
-Eso es cierto Dami.- corroboró Andrea.
La verdad es que él no estaba muy familiarizado con las redes sociales, pero tendría que hacer un pequeño esfuerzo. La voz de Andrea frenó sus maquinaciones.
-Dami, ya que estoy aquí, te voy a coger los libros que te presté.
-Vale. Ahí sobre la mesa.
-¿Te gustaron?
-Me quedé en la mitad del primero. La poesía es lo tuyo, no lo mío, así son las cosas.
Andrea miró a su amigo sin evitar pensar en si tan rara debía ser por gustarle aquel género lírico que tantos momentos había decorado en sus emociones adolescentes. Cada verso suponía un ingrediente, cada composición satisfacía su hambre literario y su paladar crítico, degustando cada palabra, vibrando con cada estrofa y estremeciéndose con esa sensación que aveces le confería la lectura, pensado que aquella obra estaba escrita solamente para ella.
-Esta es la prueba de que la poesía es cosa de tías.- afirmó Castillo tras beber un vaso de un simple trago.
La mirada de desaprobación de Andrea le hizo volver a darse cuenta que no era la situación para dar rienda suelta a todos sus pensamientos.
-Pero que machistas llegáis a ser a veces.- concluyó ella.

Durante el resto de la tarde comenzaron la investigación respecto a Andrés. Gracias a sus redes sociales descubrieron que era un gran fanático de grupos de música alternativo y atleta de gran nivel. No lograron sacar ningún trapo sucio del muchacho, su imagen estaba cuidada a la perfección, no había nada excepcional en él, nada que pudiera ser considerado curioso tan siquiera.
En la mente de Damián solo se encontraba la posibilidad de que todo estaba predispuesto para dar esa imagen de chico común, ocultando así esos actos que conllevan la inmadurez durante la juventud.
-Este chaval parece majo. Solo hay que ver todas las fotos que sube con sus primos pequeños.- dijo Castillo.
No pudo evitar lanzarle una mirada cargada de rabia a su amigo. Estaba seguro que todo era falso. Nadie busca a una chica joven si no es para aprovecharse de su inexperiencia.
-Tienes razón, sino mira esta foto suya leyendo a Alberti.- añadió Andrea.
La cabeza de Damián encerraba un tic tac similar al de una bomba, hasta el punto de parecer que en cualquier momento podía explotar. Revisaba cada foto con ojo analítico, revisando cada detalle en busca del motivo que le diese la razón. Pero ahí no había nada. Sus piernas parecían sufrir un terremoto, agitadas por los nervios, la impotencia de verse incapaz de justificar su corazonada. El reloj daba las cinco y media cuando el timbre del portal interrumpió aquella pequeña investigación. Damián se levantó a responder. Descolgó el telefonillo y se lo acercó a la oreja.
-¿Quién?- Preguntó.
-Soy yo.- dijo la voz tras el auricular. Se trataba de Elena.
Siempre le había parecido estúpida esa forma de identificarse respecto a una llamada al telefonillo. Yo era un tanto relativo, pues siempre solo puede ser uno y todos a la vez.
Abrió a través del botón el portal y dejó entornada la puerta de su casa. Se dirigió a la habitación.
-Es Elena, la dije antes que se viniese.- Anunció a sus dos amigos.
Andrea seguía enfrascada en la pantalla y respondió indiferente sacudiendo sus hombros. Castillo se levantó de la cama en la cual estaba tumbado para sentarse en una posición que daba la apariencia de tratar de ser formal, pero lejos de eso se le contemplaba forzado.
Elena pasó insegura a la habitación, tímida al solo conocer a Damián. Saludo con la mano, su mirada picada a suelo y sus cortos pasos dejaba claro que se sentía incómoda ante el hecho de estar en aquel lugar con dos desconocidos. Damián la saludó con un beso que rozó sus labios suavemente que la coloreó los carrillos de un rojo pasión bastante llamativo.
Se sentó junto a Damián, mientras era testigo de como el muchacho arrancaba el móvil de las manos de su amiga con violencia.
-¿Qué has descubierto?
Andrea se quedo pétrea, cambiando su expresión a una tornada máscara satírica que trataba de reflejar sorpresa.
-Lo mismo que hace dos minutos.- dijo con un tono teñido por el enfado.
Damián hacia caso omiso, pasando foto tras foto, incesante en su misión de investigar el pasado de Andrés. Elena se sorprendía ante la situación pues no entendía nada. Castillo se percató y comenzó a explicarle punto por punto todo lo ocurrido.
-¿Has probado a pedirle perdón a Fofo? A un amigo hay que saber cuidarlo.
Damián levantó la mirada de la pantalla.
-No pienso pedir perdón.-se escapó de sus labios alzando un poco la voz.
Elena lo miró fijamente por un instante. Al ver como aquellos ojos se clavaban en los suyos se estremecio, hablando su corazón.
-Quiero decir, yo no he hecho nada malo.- dijo escusándose.
-¿Le has preguntado como se siente con todo el tema?
-No.
-¿Le has dicho como te sientes?
-No.
-¿A que esperas?
-A ser mujer.- Bromeó por detrás Castillo.
Los tres se quedaron mirando mudos al muchacho, incómodo al darse cuenta que no había hecho gracia. Se rascaba la cabeza mirando al suelo, esquivando cualquier acusanción tras las expresiones.
-Lo que decía, unos machistas.- dejó por conclusión final Andrea.

martes, 22 de septiembre de 2015

Capítulo 23: La voz en carta.

Damián se encontraba en clase, con la mirada perdida y con la cabeza en otro mundo. No podía dejar de recordar aquel instante junto a Elena, el cual le parecía demasiado corriente, falto de magia y de un motivo para ser recordado. Ella se encontraba a su lado, mirándole de reojo de vez en cuando, sonriéndose. Damián pensaba, divaga más bien. No podía ser que algo tan especial para él se llevase a cabo de una forma tan corriente. Comenzó a mordisquear el bolígrafo que se encontraba en su mano derecha, con nerviosismo. Reflexionó entonces que significaba Elena para él. La miró por un instante y ni una sola palabra invadió su mente, incapaz de decir que parte de ella generaba esa atracción. En ese instante se dio cuenta y se sonrió dando con la clave. Era la única capaz de hacerle enmudecer con tan solo mirarle. Esa tarde tendría que hacer una pequeña visita a Andrea, a ver si le hacía un pequeño favor.

-¿Puedes repetirme de nuevo todo?- Creo que no me he enterado.
Damián se mostraba ya asqueado. Iba a ser la tercera vez que se lo repitiese. Volvió a relatar su idea por última vez, mientras Andrea comenzaba a carcajearse.
-¿Se puede saber que resulta tan gracioso?
Andrea era incapaz de guardar silencio, y cuando parecía que iba a parar, de nuevo una fuerte carcajada invadía su boca. Damián la dio un pequeño golpe sobre su brazo ya molesto.
-¡Ay!
Andrea se frotaba la zona golpeada e hizo un amago de devolver aquel golpe.
-¿Me quieres decir ya que te parece tan gracioso?
Andrea le miró fijamente a esos ojos oscuros que por primera vez en mucho tiempo parecían cobrar un ligero brillo. Tal vez fuese felicidad o esperanza, lo único claro que aquella muchacha tenía era que ese algo parecía ser bueno para su amigo y debía mantener esa luz encendida.
-Lo que me hace reír tanto es que tú seas capaz de hacer algo tan bonito, Dami.- dijo por fin.
Se sonrojó ante las palabras de su amiga.
-¿Me ayudarás entonces?
En modo de respuesta ella se levantó, se acercó a su escritorio y cogió varios folios de un paquete y un bolígrafo de un bote. lo dejó caer delante de él y sonriendo dijo: ¿Para cuando vas a hacer esto?


Damián esperaba a Elena, nervioso, como era ya costumbre, sentado en uno de los bancos de piedra del ayuntamiento. Vestía una camisa de cuadros azules de manga larga, unos vaqueros oscuros y unas zapatillas blancas en su totalidad. En sus manos se encontraba una carta que no paraba de dar vueltas sobre sus manos.
A los diez minutos llegó Elena, fatigada por las prisas que se tomo por llegar en el camino. Vestía una camisa de manga larga que no dejaba nada al aire ni a la imaginación, unos vaqueros largos claros y  unas deportivas muy parecidas a las suyas. Al llegar a Damián le besó delicadamente a modo de saludo.
- Perdona por llegar tarde, Dami. Me han entretenido en casa.
Sin abrir la boca, Damián le tendió la carta que había sobre sus manos.
-¿Qué es esto?- preguntó ella extrañada.
Él alzo sus hombros en gesto de duda acompañado por una expresión intrigante. Elena cogió la carta y extrañada la abrió. La leyó detenidamente, analizando cada palabra plasmada en tinta.
-¿Qué es eso de que has perdido la voz y hay que encontrarla?
Damián se sonrió y volvió a repetir el mismo gesto, después agarró la carta y señaló una frase.
-¿"Todo a las puertas de aquellos árboles, al lado de los saltos de rana"? ¿Es una pista?
Damián hizo un gesto que se podía interpretar como "posiblemente". Ella le miraba sin saber que estaba ocurriendo.
-¿El jardín?
La sonrisa de Damián afirmaba por si solo todo. Elena le agarró de la mano y tiró de él.
-Me estás dejando con la duda, mamón.

Llegaron a la una de las tantas puertas de uno de los tres jardines de Aranjuez, pero la única cercana a un restaurante que tenía una rana en el nombre del establecimiento.  Elena soltó la mano de Damián y corrió hasta la entrada donde otra carta reposaba sobre el suelo. La recogió y la comenzó a leer tras extraerla del sobre. Su expresión se mostraba juguetona mientras se concentraba en aquellas palabras de papel. le miró de una manera cómplice con una media sonrisa.
-Vamos adentro, don "Dando vueltas sobre flores."
Corrió hacia él y le aferró con sus dos manos para comenzar a tirar de él. Andaban deprisa mientras Damián se hacía el distraído.
-¿Así que has perdido la voz?
Asintió sin mirarla.
-¿Y porqué?
Se limitó solo a sonreír como respuesta.
Llegaron entonces hasta una pequeña rotonda florida donde se encontraba otra carta de cara al camino por el cual venían. Elena volvió a soltarse de Damián para coger la carta. La analizó rápidamente y miró furtivamente al enmudecido muchacho.
-¿Aquí hay patitos feos?
A Damián le dio un vuelco al corazón. Las cartas estaban hechas para alguien que conociese de antemano el jardín, algo impensable para un buen arancetano. Elena se guardó la carta y le miró de una manera muy seria.
-Aquí los patos son muy monos, ¿te queda claro?- dijo sin reprimir una media sonrisa.
Damián suspiró y le ofreció su brazo. Se agarró nuevamente y emprendieron la marcha.
Llegaron al estanque donde se encontraban aquellos animales y se dio cuenta de un pequeño problema: Los anteriores lugares eran sitios con un área reducida, por eso Andrea, que era quien estaba dejando las cartas junto con Castillo, podía dejarlas fácilmente. Ahora buscar la carta podía llevar algo más del tiempo debido. A modo de solventar el posible problema, mando un mensaje en un instante en el cual Elena se encontraba distraída para preguntar donde estaba la carta. Al minuto tuvo la respuesta. Silbó a Elena y este le miró.
-¿Soy un perro acaso que me llamas silbando?-dijo muy seria.
Damián se señaló la boca como tratando de recordar la supuesta mudez.
-Ya lo se, tonto. Te estaba tomando el pelo.- dijo para sacar después la lengua.
Damián entonces señaló a un árbol cercano, lugar donde se encontraba la carta. Elena corrió a cogerla y comenzó a leerla.
-Espero que sea la última parada, ya que es el lugar más alto del jardín. Estoy algo cansada de esta mañana.
Damián asintió y sonrío.

Subieron un pequeño montículo donde se encontraba un pequeño mirador que te permitía ver gran parte del jardín desde una buena perspectiva. Elena subía por los largos escalones delante de Damián, el cual era incapaz de no mirarle sus partes traseras. Se sintió mal por hacerlo, no quería estropear el momento que tan bien estaba saliendo.
Al llegar arriba, contemplaron como el sol comenzaba a descender por el firmamento, bañándoles con una luz anaranjada que iluminaba la última carta que se encontraba bajo el ligero peso de una rosa. Elena cogió ambas cosas. Tras aspirar el aroma de aquella flor la dejó de nuevo en su sitio despacio, temiendo que la rosa fuese de cristal y pudiese romperse. Entonces abrió la carta y dejó de encontrarse con pistas sino con una confesión:
Elena, no es mucho el tiempo en el que nos conocimos, y mucho menos es en el cual hemos comenzado ha vernos de otra forma distinta a como era antes. Trato de pensar  en que te hace especial, y soy incapaz de darte una respuesta. Le di mil vueltas al asunto, intentando saber que parte de ti me hace sentir que el corazón se me vaya a salir del pecho, pero por más que lo pienso no hallo respuesta. 
Primero pensé en tus ojos, esa mirada que me  hace creer que no hay nada más bonito, un mar en eterna calma, donde no me importaría naufragar hasta encontrarme. Luego pensé en tu sonrisa, como de niña buena,  que me hace querer abrazarte y no soltarte nunca. También pensé que podía ser tu forma de ser, siempre tan alegre, contagiando tu gran optimismo. Pensé que a lo mejor era tu atractivo en si, pero no me consideró como otro más para mirarte con esos ojos. Y me costó dar con la respuesta correcta. Era todo junto y a la vez todo por separado. Cuándo me haces creer que tengo motivos para ser especial, por el hecho de estar contigo, la sonrisa que me sacas con tanta facilidad, los besos que me robas y yo te robo, los momentos que deseo que el tiempo se pare, que tú no te vayas, que te quedes conmigo.Todo porque eres capaz de enmudecer mis labios, de dejarme sin voz.

Es por ello que siento que eres más especial de lo que cualquier persona ha llegado a ser para mi, aunque haya sido en poco tiempo, por eso tengo la necesidad de saber, si de verdad, tú también quieres estar conmigo, de si me haces el favor de devolverme la voz.


Elena aferraba esa carta, mirándola, sin tan siquiera pestañear. Una lágrima surcó entonces por su rostro, hasta culminar en sus labios. Dejó caer la carta junto a la rosa y para sorpresa de Damián se abrazó a él, ocultando su rostro en su pecho, sollozando.
-¿Qué te pasa?- dijo Damián.
Elena alzó la cabeza, le acarició lentamente la cara y escribió en su rostro una expresión que Damián jamás había visto, una expresión que manifestaba un grado de felicidad que no podía llegar a calcular solo con mirarla.
-Lo que pasa...-entonces besó a Damián con ternura en los labios.- Es que te devuelvo tu voz. 

lunes, 17 de agosto de 2015

Capítulo 22: besos de vainilla.

Pendía el sol sobre lo alto de la calurosa tarde de aquel día como un farolillo amarillo. Sus cordones mal atados no suponían un problema, tampoco la falta de un cinturón que provocaba que se le callesen los pantalones poco a poco. Comprobó el olor de su aliento un par de veces más que las cientas que realizó de su olor corporal. Estaba sudando, pero estaba seguro que se debía al nerviosismo y no al calor. Había quedado con Elena, y después de dos semanas de su comienzo de la extraña relación que protagonizaban, decidió pedirla salir formalmente. Su mano izquierda temblaba y sudaba. Debía ser por los nervios.

Llegó al punto de quedada y se sentó en un banco a esperar a que llegase Elena. Miró su reloj. Había llegado cinco minutos antes de lo previsto. Miraba a sus espaldas y contemplaba un parque de bomberos.  Aquellos camiones siempre le habían parecido extremadamente ruidosos desde que era pequeño. Poca gente pasaba delante de él paseando por aquella zona, y ninguno fue incapaz de quedarse mirando a sus oscuros ojos. Diez minutos después llegó Elena. Vestía una camiseta blanca metida dentro de unos pantalones cortos. Damián respiró aliviado al ver que aquellos vaqueros no dejaban ver nada de sus nalgas. Odiaba aquella estúpida moda sin ningún sentido impuesta por a saber quien. Elena sonrió al ver a Damián, agachó la cabeza y se cubrió con el flequillo los ojos, un gesto vergonzoso que hizo sentir a Damián que se iba a derretir por dentro. Llegó a su altura y la saludo dándola un beso.
-Hola. -dijo tímidamente.
Damián, fijo como una estatua, se quedó sin palabras. No se acostumbraba todavía a esa situación. Elena se giró avergozada por el silencio que se apoderó de entre los dos.
-No me mires así.-dijo poniendo voz infantil.
Damián agarro de su mano y tiró de ella. Con su otra mano la rodeó la cintura, y sin previo aviso, la besó apasionadamente. Tras unos segundos se separaron lentamente hasta quedar frente con frente.
-Vaya.
Seguía sonriendo, pero está vez un tanto más pícara. Se mordía el labio inferior, mientras sus frentes parecían dos imanes.
-¿Porqué te muerdes el labio?- le pregunto Damián.
Elena levantó sus hombros en señal de duda.
-Creo que es porque no me le muerdes tú.
Damián se encontraba feliz, satisfecho en ese momento. Se separó un poco de ella y se mordió el labio inferior de forma burlona.
-¿Qué harás entonces? -preguntó mientras guiñaba un ojo.
Elena acorto la escasa distancia que había entre ellos besándole con fuerza. En el momento antes de distanciarse le mordió el labio mientras dibujaba una media luna tumbada como sonrisa.
Damián fingió un gesto exagerado de sorpresa.
-¿Si?
Damián la devolvió el beso y al terminar imitó a Elena.
-Eso no es justo. No vale.- dijo Elena volviendo a poner voz infantil.
Damián la sujeto de la barbilla con la mano. Se acercó lentamente a ella, preparada para ser besada, y en ese instante, volvió a morderla. No pudo evitar dejar escapar una leve carcajada. Elena puso sus manos en cada lado de la cara de Damián mientras las deslizaba en una caricia.
-Eres cruel, sabes que eso me pierde.
-Tú lo tienes más fácil para perderme.
-¿Ah, si?- preguntó alejándose de él poniendo sus manos sobre su pecho.-¿Qué hago que te pierde tanto?
Damián agarró sus manos y con delicadeza las retiró para poder abrazarse a ella. En apenas un susurro habló.
-Con estar te vale.
Elena le miró con ternura. Sus ojos azules brillaban, más de lo normal. Damián creyó que iba a llorar. Iba a preguntar que la pasaba cuando ella se abalanzó sobre él y le besó, con la emoción que aquel momento había creado en ella.

La tarde envejecía en una plácida y calmada noche. Dos helados reposaban en sus manos respectivamente. Damián se perdía entre los ojos de Elena cada vez que trataba de hablar, y acababa divagando en alguna tontería que tomaba posesión de su mente. Cogió aire, varias veces, tranquilo, decidido de una vez por todas a hablar.
-Elena.
Ella andaba distraida mirando a unos niños jugar en aquel ayuntamiento.
-Dime.-dijo al darse cuenta.- Es que son tan monos...
Aquellos gestos infantiles suyos le distraían, pero logró hacerlos a un lado.
-Yo te gusto,¿no?
Elena no entendía las palabras de Damián, o así le dio a entender.
-A ver, tu me gustas, bueno, me encantas, y...¡Joder!¡Parece que no se hablar!
Elena apoyó su cabeza en su hombro.
-Aprende a hablar entonces. En un rato me recoge mi padre.-dijo para después sacarle la lengua.
Mil palabras se agolpaban contra su cráneo tratando de salir, pero ninguna lograba emparejarse de forma que naciese algo con algún tipo de sentido. Cogió aire por segunda vez.
-Quiero que seas mi novia.
-Vale.
-¿Vale?
-¿Qué quieres que te diga?
-Pues no se, a ver no tengo ni idea de...
Su frase quedó cercenada por aquel beso. Cerró los ojos y olvidó todo lo que tenía en la cabeza. Estaba con Elena y nada más podía hacerle sentir de dicha manera. Era algo mágico. Porque aquel beso...sabía a vainilla.

viernes, 14 de agosto de 2015

Capítulo 21: rencor personal.

Se levantó de su asiento bruscamente, dando con sus muslos sobre la mesa, lo que hizo que se tambaleara. Fue directo a por aquel muchacho que fácilmente le sacaba como dos años y dos cuerpos de diferencia, decidido a encajarle un fuerte derechazo. Una mano sobre su hombro le frenó en seco. Lucas se encontraba detrás de él mirando fijo a sus ojos con una expresión de desaprobación.
-¡Dami! ¿Qué haces aquí? -dijo su hermana alarmada.
Damián volteo la cabeza y pudo ver como Silvia se separaba de forma violenta del brazo de aquel chico que miraba sin comprender.
Damián cogió aire despacio, pensándolo  bien no quería alarmala.
-Pues cenar, no lo ves.- dijo con una muy mal fingida sonrisa sin dejar de mirar a su acompañante.
Silvia miraba a los dos sin saber que decir o hacer. Instintivamente se decantó por presentarlos.
-Dami, Andrés, Andrés, mi hermano Damián.
Andrés le tendió la mano amablemente sin dejar de sonreír en el mayor grado de amplitud posible. Damián no podía dejar de odiarlo, y sabía porqué. Sabía de muchos chicos de la edad de Andrés que tenían la tendencia de buscarse chicas con unos años menos aprovechando la inexperiencia de estas en el campo de los lívidos adolescentes. Damián no le veía la cara realmente, solo veía aquellos tres años y medio que tenía más que su hermana, diferencia que odiaba sin necesidad de plantearse un motivo. Aferró su mano en un fuerte apretón, seguro de si mismo, tratando de hacerle ver que no era muy bien aceptado por él, aunque no debió funcionar, pues ahí seguía él,  sonriendo de oreja a oreja.
-A cenar también vosotros a lo que veo.- dijo remarcando lo obvio.
Silvia se sentía incómoda en medio de aquella escena. Respiró aliviada cuando Damián soltó la mano de Andrés y se despidió con un falso aprecio.

Caminaba acelerado, como si un demonio se hubiese apoderado de sus pies. Castillo era el único capaz de seguirle el paso, mientras que los dos hermanos ya habían dejado de esforzarse.
-¿Quieres frenar un poco?¿A dónde vas tan rápido? -pregunto Castillo.
Damián no respondía, seguía obcecado en alejarse sin rumbo alguno de aquel kebab.
Castillo le agarro del brazo y tiró de él en busca de su respuesta.
-Suéltame, joder.
-¿Qué coño te pasa?
-Si le veo la puta cara un segundo más me le cargo.
-¿Y si solo son amigos?
-¿Y si soy gilipollas y me lo creo?
Lucas y Ramón lograron alcanzarle. Damián caminaba de lado a lado, igual que un tigre en su jaula esperando salir y devorar a cualquiera que se encuentre por delante. Parecía estar fuera de si, trastocado por la idea de que aquel muchacho estuviese aprovechándose de su hermana.
-Así no consigues nada Damián.-dijo Lucas.
Damián le echó una mirada asesina. Sus propios amigos daban la sensación de estar defendiendo a aquel imbécil que estaba con su hermana. Silvia siempre había sido una niña muy ingenua a la cual era fácil tomar el pelo. No podía tolerar que se aprovechasen de tal manera de ella. No lo iba a tolerar.